lunes, 30 de octubre de 2017

PLAZAS





















Plaza de Mayo, 20 de diciembre de 2001


I

Esta plaza tiene algo irreal
lo sospeché desde mi infancia
como si los autores
de los manuales escolares
se hubieran puesto de acuerdo
en la lluvia y el barro
en la moda de 1810
o en French y Beruti
como Batman y Robin.

Lo crucial no era más
que esa lluviosa figurita
comprada por centavos
al librero de la esquina
calcada torpemente
del Kapelusz
recortada del Billiken
a golpe de tijera
y pólvora de tiza.

¿Pero qué había de fundamental?
¿Qué significaba la palabra revolución?

Mayo era fácil, porque gris
era un color y otoño
el frío que empezaba por las piernas
el cumpleaños de mi padre
olor a chocolate igual a fiesta patria.

En cuanto a revolución
algo tenía que ver
con las interminables alas del Cabildo
pero en lo más ciego de mis ojos
yace el primer encuentro
con los muñones brutales del edificio.

De esa mutilación, como de una costilla
no sé qué fe maltrecha
nacería.



II

La misma plaza, hoy
a punto de verano
pisoteados sus arriates
en lugar de aquel barro

gente con no sé qué
comunión en su diversidad
la ciudadanía en los hombros
curiosa y asombrada
como niño a babucha
y cuentas de festejos
del tanto mirar para otro lado
del sírvete que hay más.

Qué hago aquí, me pregunto.

Pantalón corto y claro
sandalias cómodas, por si hay que correr
sándwich a dos cincuenta por mazamorra de negra
mochila al hombro roja, anteojos de sol…

Pero qué instinto me llama a atestiguar
para volverme otra mancha incomprensible
de futuros manuales escolares
entre la multitud que la montada
y los hidrantes amenazan.

Y no lo sé:
he venido
como a una catedral
a tratar de creer en Dios.



III

El gas quema la garganta
me uno al éxodo
con lágrimas de bautismo
y apenas comprendo
que no se trata de huir:

es una romería que me arrastra
en su silencio embrionario
lo interrumpen las toses
como una plegaria
pero el ruego no sabe
dónde confiar su fe.

Entonces
la avenida de Mayo
se vuelve una visión
torpe de nitidez, como los sueños
mi silueta me abandona
se suma a la procesión como una peregrina más
entregada a ese sueño sin constancia
deambula entre lapidaciones y disparos
y humo y grito
a paso lento, lento
como si no fuera dueña
de los propios contornos
y sus músculos desdibujados
no tuvieran miedo a la emboscada
en cada bocacalle.



IV

Fue en Hipólito Yrigoyen o en Alsina
donde una pareja le ofreció vinagre
para calmar el ardor en los ojos
le regalaban incluso el pañuelo, pero ella
(podía pensar en ese momento cosas así)
no quería ser la extraña que se llevara algo
que jamás recuperarían.

Siguió caminando
tuvo tiempo para volver sobre sus pasos
y recoger unas monedas
que se le habían caído, y en ese ruido
de las monedas contra el piso
oyó también el plomo que (después se supo)
eran los muertos multiplicándose
en distintos puntos de la ciudad y del país.

Poco más tarde experimentó algo increíble
cruzar la 9 de Julio fue pasar a otra dimensión
tuvo que ser así de metafísico
porque ahí nomás un tipo le dijo: ¡Lindas piernas!
porque no demasiado lejos
frente a la Facultad de Medicina
esos matasanos festejaban sus títulos
extraterrestres en carnaval de harina
como cerrar los ojos
como tirar el pan.


Silvia López, Cartografías, Huesos de Jibia, 2008.









La plaza


De la plaza salimos separados.


Estuvimos ahí
horas gritando y cantando.
Te miré
mientras el brillo de tus ojos se hacía líquido bajo las luces.
En el cabildo estaban proyectando 
las preguntas que hoy nos convocan.
Tu cuerpo se alza detrás de la proyección 
como si las letras te barrieran,
un escaneo que indaga lo que tenés para decirme
vos, entre tantos;
algo que sea para mí, algo que no nos separe.


Hablábamos y entraste en un loop
de generalizaciones y fechas,
sé de tus buenas intenciones pero
prefiero el diálogo que se va edificando con inocencia
citando solo para apuntalar las ideas frescas o a medio cocinar 
que brotan entre trago y trago
entre pico y pico; el tuyo parlanchín 
el mío cobijando saliva con gusto a cerveza
y en una caja de terciopelo plegada
mi lengua y un bostezo que reprimo
para soltarlo de costado por pura gentileza.


Un hombre necesita acumular fechas, saberes 
conocimiento periodizado,
un par de ideas originales para lucirse 
y un montón de data digerida ya por otros hombres.
Capas de fino concreto que protejan 
al frágil cascarón, polluelo tierno
de la cruel mirada crítica de sus congéneres
repetir, citar
no gestar
no dudar
qué embole.




A la plaza llegamos juntos pero nos fuimos separando.


Sentir que el propio movimiento me va corriendo de lugar 
entregarse al vaivén, al flujo de las cosas
no importa si empezás en la línea D y terminás en la A.
Elijo no pensar las cosas como fijas;
no se trata del contenido
lo que no tolero es la estructura,
ese mirador rocoso
afianzado con hechos indiscutibles y cinismo.
Prefiero una precaria atalaya de leña verde
flexible, endeble
en constante transformación,
que vuele liviana, que ondule; 
no que se ancle
no que se asiente.




En la plaza estábamos juntos por abajo y separados por arriba.


Tomar distancia de las cosas aun estando en ellas
un dron sobrevuela mirando 
quién soy hoy, quiénes somos
qué significa esta escena en la que vos
hablás, hablás, hablás
y yo
te presto atención con una parte de mi cerebro
y con otra asocio,
resbalo
resbalo
y no te escucho.


Subidos a los palos de luz
y arriba de los puestos de diarios
están los pibes.
Ellos saben cómo trepar con rapidez
suspenderse en lo alto y ver lo que quieren de manera completa.
Sí, hay peligro de calcular mal
caer de espaldas o electrocutarte,
pero asumir ciertos riesgos es la forma de ver todo el dibujo 
y que no te la cuenten.
Ese potencial flamea por encima de las cabezas de todos,
la belleza de miles de deseos condensados
es la fuerza de acción de una plaza llena.
Esa imagen guardada en el corazón o en un archivo
única gloria posible frente a la posverdad,
el conteo deficiente y la cobertura 
de los principales canales de aire,
la forma 
en que se disponen las palabras en el zócalo
para crear una noticia.




Esa vez nos fuimos de la plaza más solos que cuando llegamos.


A veces,
engañar al espíritu con la cercanía,
acostarse uno junto al otro,
no significa a la larga y en verdad nada más que eso.
La soledad es un frío de pecho que no se va con nada
y que se puede embaucar de a ratos
hasta que llegamos a puntos como este:
vos
dándome cátedra sobre la política nacional
con disimulado aire paternalista
yo
encendiendo un cigarrillo para no encender la molotov que llevo dentro.
Callo y pienso cómo vamos a hacer
para deshacer esta pesada herencia
¿realmente es posible
un salto que no vaya de un lugar al mismo lugar,
que no te ubique a vos de nuevo, en un futuro
dándome cátedra pero ahora de autonomía femenina?
Pienso, gente hay para todo
en los lugares más insospechados,
almas que se ponen la gorra
que vigilan
que quieren marcar la cancha;
que están todo el tiempo
mirando a ver qué hace el otro.




Cuando llegamos a la plaza ya se habían ido todos.


Darse razones a uno mismo, 
darle todo el tiempo explicaciones al mundo,
autodefinirse cada dos palabras;
algo que se pone ahí
para que nos cuide de eso más grande,
monstruoso
capaz de arrasar
como un bombardeo inesperado
todo esto.




Los últimos años nos la pasamos entrando a esta plaza.


Vos, yo y tantos miles de hombres con sus mujeres del brazo
siempre dispuestos a explicar todo
a decirnos qué conviene comer, tomar, 
hacia dónde ir a buscar reparo en caso de alguna eventualidad.
Y yo que no suelo esperar ninguna orden
pienso
cómo va a ser posible un cambio en esta área
tan sutil
si no es agarrándose a piñas cada vez
que alguien pretende decirnos cómo son las cosas
cosas que podemos ver con nuestros propios ojos;
entonces quiero subirme a esa columna de luz
para poder ver el diseño completo
como qué va a pasar con nosotros
o fantaseo que voy al baño químico y aprovecho
para escabullirme entre esas hamburguesas 
grandes y perfumadas que me llaman,
el corazón emocionado porque hoy habla Ella
llorando por todos los amores que se han ido,
que se han muerto en su vida, en la mía
y en las vidas de todos nosotros
tanto por hacer aún
y no se sabe por dónde
y está todo minado.




Y vinimos a la plaza solos y nos vamos solos.


Porque entre la multitud
vos y yo, dos mucosas agitadas
haciendo algún tipo de sinapsis imperfecta
pensando un poco mal uno del otro
desde esa habitación individual donde solemos refugiarnos.




Es como si hubiéramos armado una plaza para decirnos eso.


Queremos demostrar que lo que había no se ha roto.
Pero terminamos demostrando que aunque pareciera que algo se ha deconstruido,
pervive aún en quien cree que ya no opera.
Es tan difícil ver la asimetría que uno protagoniza. 
Miles de colectivos en la nueve de julio
chicos y chicas re lindas con remeras apretadas y banderas
cordones de seguridad
infinitos puestos de comida humeantes
gente sonriendo, gente agitando
gente inventando consignas pegadizas,
la señora que canta monocorde en su megáfono 
desde los años 90; 
dijimos –vamos a la plaza,
como ya sabiendo
ver algo al fin que se estaba negando.
Vos con tu barba un poco larga
yo pura mueca
envuelta en mi pañuelo multicolor 
tomando cerveza y fumando
me pongo inquieta, muevo mis patas, relincho
me pudre que me den lecciones.




Esta plaza se vacía y se llena a cada instante.


Hoy sos vos
mañana
será otro
una cosa es compartir 
y otra ponerle play al disco que se creyó superado.
El sonido de tu voz te ha hechizado
y yo te estoy dando energía con mi atención
así que soy bastante responsable
de este subidón de tu ego
pero
¡a veces me siento tan cansada!
claro;
a quién no le gustaría que todo fuera de otra manera
que los resultados hubieran saldado a nuestro favor
y conservar la química suficiente para carbonizar cualquier amenaza 
y sí, se sabe
hay que juntar fuerzas para arremeter de nuevo
esta vez sin tanto error
pero a veces llega el momento de la merma; 
es bueno observar las condiciones
ver lo que uno tiene que ver
sin entrecerrar los ojos, de una vez 
y después bajando por Bolívar
irse despacio, a solas.




Cuando uno arma un diagrama
luego hay que sostenerlo con cada acto.                                                                                                 


Elegir el lugar que nos corresponde en una multitud
el lugar adecuado
cerca de todo lo que necesitamos
lejos de lo que queremos mantener a raya
entre todas las personas de CABA y Gran Buenos Aires
vos 
yo
abrigados y rebosantes de sentimientos populares
las manos golpeando al aire en ese estribillo
sacarte del carril en que venís es muy difícil
casi imposible a veces,
y tampoco es divertido jugar a desestabilizarte todo al tiempo
siento que tampoco logro hacerme entender
y me frustro;
pienso que para cualquier crecimiento es necesaria una base en común
y estar de acuerdo en los puntos fuertes
desde dónde empezar a construir un proyecto viable
pero: ¿cómo saberlo si no es con el correr del tiempo?
Al principio todos son sí
las partes quieren encajar y la inercia las lleva a coincidir.


Ah, si pudiéramos adelantarnos
traer los acontecimientos que vendrán, al presente
saber que necesitamos esforzarnos más
para que los reveses no nos tomen desprevenidos.
Creímos que estábamos haciendo algo distinto
pero solo reproducíamos, reproducíamos
un chico explicándole el mundo a una chica
discursos ajenos posándose sobre nosotros como una sábana 
que flota un momento antes de cubrir la cama.





Cuando llegamos a la plaza
ya sabíamos lo que se venía.                                                                                                                         


Fue raro entrar con vos, hacerse un lugar entre los compañeros y compañeras
no dejar de maravillarse por la alegría
que genera tanta gente junta
sangre, piernas pateando, brazos que se agitan.
Y nosotros siendo dos
girando enfrentados como en un ring de sumo;
tu gordura
mi gordura
inmensos los dos
en bolas, midiéndonos
dispuestos a asfixiarnos y oprimirnos
como si no hubiéramos aprendido nada.




Así como vinimos a la plaza
así nos vamos a ir.


Que nos vuelvan a caer a golpes los mismos actores
tener miedo de las mismas pavadas
descubrir que no hemos podido                                                          salir del rectángulo de césped que nos han destinado.
Cómo se puede medir
lo aprendido 
por una pareja
por una persona
por una sociedad.


¿Acaso somos víctimas de algún engaño que no sea el propio tejido hebra a hebra de nuestra negligencia?
No, estaba ahí y no quisimos verlo
por tontos, por ciegamente enamorados.




Las cosas terminan como empiezan.


Una marcha por una persona desaparecida
termina con gente presa.
Vos y yo empezamos deslumbrados
y terminamos encandilados.
Hablás de una cosa
y yo estoy hablando de otra,
nunca fue tan clara la distancia,
ni generó tanta grieta.
Aun entre nosotros que nos creíamos 
en estado de excepción como todos los enamorados,
ahora entre los bombos y las bombas
escucho cómo hilvanás las palabras en el aire
y en un correlato mental, tipeo:
–qué pasa con el amor cuando no alcanza para salvar nada?
–qué pasa con el amor si no puede parar el desastre?
Aflora mi militancia juvenil en épocas de Chiapas y Cutral Có:
“Cierta dosis de ternura, con su necesaria dosis de plomo”
pienso: 
Los mismos caminos nos llevan a los mismos parajes.
pienso:
No caminar por la cancha que marca el enemigo.
pienso:
Seguís estando lindo con esas luces rosas detrás,
los ojos oscuros brillando de fanatismo pedagógico,
pero ese no es el tema.
La belleza del candidato no es el tema.
Hacer una linda pareja o lo favorable de esta foto
no es el tema.
El tema acá es no caer en lo mismo
sin ni siquiera darnos cuenta.


Celeste Dieguez, La plaza, Malisia, 2017.

























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